miércoles, octubre 11, 2006

General Bachelet: A veces escribo cartas




LAS CARTAS DEL GENERAL BACHELET
Reinaldo Edmundo Marchant
Escritor

“Alberto escribía a mano los borradores de sus cartas y posteriormente los tipeaba en su máquina de escribir. De todo ello guardé cuidadosamente los borradores y lo mismo hice con todos los demás escritos, reflexiones y trabajos en cobre que realizó en los meses que estuvo recluido en la Cárcel Pública”. Quien habla es Angela Jeria, esposa del general Alberto Bachelet, en el prólogo del libro “Las cartas del general Bachelet” (Grupo Editorial Norma, 2006), texto que acaba de ser presentado y que, sin duda, por el valor íntimo e histórico que trasunta, no sólo se convierte en el mejor instrumento fidedigno para conocer al general Alberto Bachelet, su entorno familiar y principios políticos, morales y humanistas, sino además se convierte en la geografía indicada para entender las raíces más profundas de la primera Presidenta que ha tenido Chile, Michelle Bachelet.

El libro, testimonial y autobiográfico, con la voz del propio general en primera persona, enfrentando múltiples felonías, sombrías aspiraciones de sus propios camaradas, evoca de forma realista los grandes libros epistolares de todos los tiempos, de reconocidos personajes nacionales y mundiales, escritos en cárceles y prisiones de gobiernos dictatoriales y fascistas. La briosa pluma del general, con sus descripciones precisas, con tonos a veces dramáticos, irónicos y punzantes, empalidecen muchos testimonios escritos en la sobriedad de un escritorio.

Cuando los historiadores e investigadores emprendan la búsqueda ancestral de la primera mandataria de Chile, no podrán soslayar los escritos de puño y letra entre la entonces estudiante de medicina de apenas veintidós años y su padre, ofrecidos a plena autenticidad en este libro, que develan una naturalidad insólita ante el drama que en él y en el país acechan, ante el encierro paternal, las traiciones lacerantes e inesperadas, la calma de una esperanza que no llegaría jamás y la carencia de odio de un general leal que no pierde la hidalguía, el honor de los valores humanos, que no piensa caer a pesar de “…cuando la escala de valores se cambia violentamente, cuando los conceptos, las ideas y los ideales son destruidos, cuando, en fin, todo el templo arquitectónico se derrumba, uno se encuentra indefenso frente a algo absolutamente nuevo, frente a algo realmente opresor y fuerte. Y cuando uno ha sufrido la experiencia de esa opresión, preso e incomunicado por largo tiempo, con cargos infundados, verdaderas felonías y traiciones de personas que uno creía eran sus amigos, entonces ya no se piensa, sino que se asegura que algo anda mal, que el mundo está loco o que uno ha estado equivocado durante cincuenta años…”, señala a puño y letra en una hoja cualquiera, en prisión, enfermo, en una misiva que después su señora se encargará de sacar oculta en los más impensados lugares del cuerpo, desde los primeros días de septiembre de 1973 hasta marzo de 1974, fecha que en que el corazón torturado del general Bachelet deja de latir.

Hay en el libro, pasajes notables, que, por su legado político, hasta literario y de carácter emocional, recuerdan con fuerza las últimas frases inolvidables del Presidente Salvador Allende: ambos las escribieron para la posteridad desde el infierno de la Moneda, en el caso del Presidente Allende, y desde la celda N° 12, Galería N° 2 de la Cárcel Pública de Santiago, en el caso del general Bachelet.

Es posible que “Las cartas del general Bachelet” hayan sido editadas en este escenario nacional del 2006, donde las miradas interesadas están en carreras presidenciales precipitadas, en berrinches cotidianos que no permiten el silencio para pensar en este legado que debieran conocer las futuras generaciones. Si el libro hubiera salido en su momento, o años más tarde de la tragedia que le tocó vivir, el general Alberto Bachelet tendría carácter de prócer de la patria, por su valentía, consecuencia inalterable de lucha, de ideales que no se cansa de repetir a lo largo de las misivas, “..Mami – le escribe a su heroica esposa, Angela Jeria-. Si algo valgo, si algo he hecho, si algo de participación he tenido en un proceso que ha quedado transitoriamente detenido, te lo debo exclusivamente a ti, que has sabido en todos los años que te conozco, que ya son varios, inculcarme un espíritu de lucha y un deseo de justicia, de igualdad, de derecho para con todos nuestros semejantes... Y como el preso N. 9, si volviera a nacer, seguiría la misma huella...”. Y sigue el general, “Gelucha – forma cariñosa para tratar a su esposa- mía y más mía que nunca, quiero enviarte en estas letras, todo mi amor, mi recuerdo, mis deseos de verte, de estar junto a ti, mirando el horizonte infinito, libres, absolutamente libres para poder dirigir juntos nuestros pasos buscando la forma y luchando para que el hombre deje de ser el lobo del hombre y la libertad, la igualdad, la justicia social se traduzca en hechos concretos, aunque en ello se nos vaya la vida...”. El proceso donde fue juzgado junto a una cincuentena de militares de la FACH, se denominó “Contra Bachelet y otros”, lo que demuestra no sólo la aberración jurídica premeditada, sino también el encono contra el general, que fue acusado cobardemente de conspiración y de otros hechos ridículos que nunca se probaron, que buscaban castigar – sin éxito, a pesar de las torturas y vejaciones como prisionero de guerra, realizado por oficiales de la Fuerza Aérea, que intentaron degradarlo sin ningún respeto por la dignidad humana ni grado militar-, en el fondo, la libertad de sus pensamientos y respeto absoluto de apego a la Constitución del gobierno de la Unidad Popular. Indica el general, “¿Cuál fue mi error? Mi error fue haber sido totalmente leal a la Constitución, totalmente leal a la Fuerza Aérea y totalmente leal a un hombre que se llamaba Salvador Allende”.

Nada doblegó al general. Ni “los ablandamientos”, la cárcel incierta, los vigilantes que lo custodiaban hasta en la enfermería, las constantes y delicadas dolencias cardíacas, todo ello jamás disminuyó su ánimo, la esperanza de continuar luchando, “Pero una cosa debe tener bien clara: mis manos y mi conciencia están limpias, son claras y transparentes, y creo que si alguien debe sentir vergüenza porque yo me encuentro en la cárcel, son nuestros propios opresores. Para mí, al margen de las limitaciones, ha sido una experiencia extraordinaria”, ironizaba el general desde su cautiverio.

Incluso la alegría del general se deja ver en medio de ese tiempo lúgubre, como cuando le escribe al ex Senador Hugo Miranda, detenido en la Isla Dawson, “Santiago empieza a ponerse caluroso – escribía-. Pienso que si lográramos combinar la temperatura de ustedes en Dawson con la nuestra, obtendríamos una medida bastante aceptable... Pero desgraciadamente, aquel que compaginó geográficamente este mundo, lo hizo sin consultar a nadie, lo hizo a su soberano arbitrio y olvidó que la democracia en la vida de los pueblos constituye la felicidad de ellos...”.

También esa chispa a flor de labios afloró cuando su esposa Angela Jeria rindió exámenes brillantes en la carrera de arqueología en la Universidad de Chile, y para celebrar le pidió que entrara a la cárcel pisco sour... Angela Jeria, intentó diversas técnicas para ocultar algo de pisco: finalmente logró su propósito en un termo con “tutifruti”... Desgraciadamente, el licor fue recibido el mismo día de la muerte del general Bachelet: aquella noche sus compañeros brindaron en su memoria.

A lo largo del relato, en las páginas finales, se han rescatado cartas del coronel Carlos Ominami Daza, donde describe los momentos finales del general Bachelet: “El día de su muerte estaba terminado de lavar los platos, la vajilla... Murió en una parrilla de madera que hacía de cama, rodeado de sus acongojados compañeros de celda...”. Por su parte, el entonces capitán Raúl Vergara, su asesor y hombre de confianza, también detenido en una celda contigua, le dedica un estremecedor poema:

No me despediré de ti/porque no te has ido/ni te llamaré
Hermano/porque hiero tus oídos/con palabra falsa/ni camarada/
Porque te evoca la ingratitud/ni siquiera compatriota/ porque huele
A traición... Te nombraré con nuestra canción de amor/y marcha de
De combate/te llamaré simplemente/¡compañero!/admirable/compañero
General/querido compañero Alberto/siempre:/¡compañero! (extracto).


A su vez, su hijo Alberto, radicado en el extranjero, al enterarse de la aciaga noticia, le escribe otro sentido un poema:


Mucho se dijo en su contra
De mucho se le acusó
Que era un traidor, un comunista
Que era un ladrón, un instigador
¿Que quería evitar un golpe?
Nada se pudo comprobar
Pues él siempre fue inocente.
Parece que es pecado defender al gobierno
Ayudar al país y a la gente pobre. (extracto).


A lo largo del libro, donde cuesta marginarse de la emoción, por el largo calvario del general, el constante sufrimiento al que es sometido, asaltan preguntas, ¿por qué no se asiló?, ¿por qué no pidió ayuda externa, como lo hicieron tantos perseguidos? La respuesta es una: ¡Al general Alberto Bachelet le importaba “demostrar” que tener ideales y luchar por la justicia social no es delito! Incluso, en una carta deja entrever su deseo, si quedaba en libertad, de establecerse en Chile, con todo el peligro y la hostilidad que entonces significaba.

Antes de la publicación de “Las cartas del general Bachelet”, yo había escrito en diarios y libros sobre él, destacando el aspecto deportivo que desarrolló cuando era Vicepresidente del Club Deportivo Aviación y Director de Finanzas de la Fuerza Aérea de El Bosque, época en que formaba parte de las inferiores de ese equipo. Con mis compañeros muchas ocasiones estuvimos con él, como jugaba al arco se ponía a atajar balones, armaba partidos informales los fines de semana, escuchaba a todo el mundo. Camaradas de él, como Belarmino Constanzo, recuerdan su solidaridad cuando el dinero no rendía para llegar a fines de mes y el general no se hacía problema en adelantar parte del salario. En una ocasión, nos llevó a tres juveniles a jugar un partido a San Bernardo. Era en contra de gente adulta. En un momento, con una convicción impecable, le explicó a los del otro equipo “que no le llegaron unos convocados” y pidió autorización para que “jugaran los más jóvenes”. No pusieron traba. Ganamos por un marcador casi indigno. Esta parte de su vida es la que tangencialmente conocí de don “Beto”, como lo llamaban. Ignoraba esta parte estremecedora de la prisión y de su muerte, acaecida el 12 de marzo de 1974, sólo tres días después que yo cumpliera diecisiete años.


Por lo que hizo, por lo que fue, por su valentía y extremada sencillez, por no haber hecho ostentación jamás de autoridad y cargos, tenemos una deuda histórica con el general Alberto Bachelet. Es un mártir de la tragedia de Chile. Un soldado que la historia no puede omitir. Un hombre que infundió coraje, optimismo, comprensión, fuerza, elevó la moral de los caídos, detenidos, a pesar de padecer malos tratos, tortura, un cautiverio humillante. Su nombre debe estar en un parque, avenida o población; debe estar en el corazón del pueblo.

Chile le debe un lugar permanente en la memoria de la patria; y a su maravillosa esposa, Angela Jeria, está pendiente el reconocimiento a su valentía, consecuencia, coraje, que debe quedar plasmado con letra inmarchitable por el ejemplo de una mujer que venció el dolor, las pesadillas de las situaciones más adversas que se puedan imaginar; sin su valentía este valioso texto nunca hubiera salido a la luz.

Decía el general Alberto Bachelet: “Yo no voy a ser castigado por algo que he cometido, sino por una falsedad y esa es la manera más difícil de ser castigado. Cuando el momento llegue, lo afrontaré lo mejor que pueda, pero me atrevo a decir, aún cuando no se me escuche ni a muchos les pueda importar, que la presunción es errada. Ni todos los descubrimientos de todos los jurados, ni todos los procesos de todos los tribunales, ni todas las sanciones, por drásticas y extremas que sean, de todo el mundo, pueden hacer que sea lo que no es”.

A veces sabemos cuando nacimos y no cómo moriremos. Sin embargo, quizás lo más triste, es no llegar a saber cómo fueron y qué hicieron los demás en la vida que les tocó. El general Alberto Bachelet vivió con el ejemplo en la comisura de los labios. Ese fue su honra. Su valioso legado. Vale, mil veces siete, conocerlo.


Reinaldo Edmundo Marchant
Escritor


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