martes, octubre 20, 2009

Ángel volador


Ángel volador

“Hace mucho tiempo
que yo vivo preguntándome
¿para qué la tierra es tan grande
y una sola no más,
si vivimos separados?”


Los Jaivas


El día 22 de diciembre de 1972 supe que tenía que dejar la escuela. Mis días de estudiante habían terminado. Había reprobado el curso de Estadística II, dos veces. Chao, chao bambino.
Estaba esperando en la sala de clases. Necesitaba tener clara la nota de Estadística II.
Leía en el diario El Clarín la noticia sobre los 16 uruguayos que habían sido rescatados de la cordillera de Los Andes. El avión de la Fuerza Aérea uruguaya se había extraviado con 45 integrantes del equipo de rugby Old Christian. Estuvieron meses en la nieve y tuvieron que comerse los cadáveres de sus compañeros para no morir ellos también.
-Ya llegó el profesillo- nos adelantó Renatillo.


Renato, el líder hippie y poeta, tenía el pelo largo y morral indio con la mejor marihuana de Los Andes. Llevaba el mismo tipo de polera que Joe Cocker usó en Woodstock cuando cantó “Whit a little help from my friends”. Se llamaba Renato, pero le decíamos Renatillo, pues siempre le incorporaba el “illo”, a las palabras, “profesillo”, “compadrillo”. Renatillo recitaba a Neruda a su manera: “Amo el amor de los marihuaneros, que vuelan y se van”. Creativo poeta del movimiento de liberación interior, el Silo: “Papi, no me gusta tu mundo”. Un pacífico palabrero, amigo de Los Jaivas y Los Blops. Era un gentil sendero. La poesía era su instrumento. Era ingrávido. Vivía en el mundo de los acontecimientos incorpóreos. Era el modelo de muchacho que las chicas encontraban amoroso.
“Es tan amoroso”.
Todos nos incorporamos a la sala y en un silencio perverso el profe empezó a dar las notas. Era el temible ramo de Estadística II, el cementerio de la carrera, una explanada cubierta de cruces y lápidas, el curso donde rodaban más cabezas.
Era segunda vez que hacía el ramo. Si salía mal, chao, debía despedirme de la universidad. Estaba en juego mi futuro, o lo que yo en ese momento creía que era mi futuro. Pensé en el pulento, para que me diera un ayudita y cambiara mi destino. Pensé en el pulento, en ese dios que sé que no existe, y, sin embargo, creo.
Nombre del profe: Horacio Dottone, alías Robespierre, el dueño de la guillotina. Seudónimo: Donato Toreccio, el personaje que realizaba el puzzle de la Revista del Domingo del diario El Mercurio. Sacar su puzzle el domingo era un rito nacional. Esto lo hacía muchas veces odiado como amado, tanto por sus lectores como por sus alumnos de estadística.
Robespierre había ya entregado la mitad de las pruebas. Aún no aparecía mi nombre. Iban cayendo una a una las caras largas. Estaba aterrado.
-Condeminas- escuché. Rápidamente caminé donde él y estiré la mano. Él sin mirarme estira su brazo y me pasa la prueba.
Me senté y sólo en ese momento la abrí lentamente.
Necesitaba un 3,7 para aprobar el ramo. Al abrirla veo un 3,4 de color rojo intenso. Chuata. 3,4.
Reviso el puntaje, sumo.
No da.
Vuelvo a sumar.
Tampoco da.
Leo las respuestas, controlo, comparo, reviso cada anotación.
Nada.
Nada para contraatacar e iniciar una campaña que me llevara a torcerle la mano a mi destino.
Nada.
Cayó la guillotina. Vi rodar mi cabeza.
Estaba fuera de la universidad. Era un perdido. Un derrotado.
Mi cabeza degollada estaba en un canasto inmundo, ¿qué hago, qué voy hacer?
Mis planes originales eran recibir la nota y prepararme para viajar en donde me esperaban mis amigos para pasar las fiestas de fin de año y el verano. Ahora todo estaba nublado. Todo se veía negro.
-Profe ¿hará una prueba para poder recuperarnos?
La pregunta salió de un compañero desubicado y torpe, cuyo nombre recordar no quiero, que se expuso a la mirada de desagrado y sarcasmo de Robespierre. Era un primerizo en repetir el ramo. Todos los demás sabíamos la respuesta, incluso la forma en que Robespierre respondería...
- ¡NO!
Al salir de la sala de clases observé atentamente que el hippie Renatillo conversaba con el profe y éste lo escuchaba con dedicada atención.
Entré al casino con la vista nublada. Había tres lotes políticos. Primero los demócratas cristianos: Jorge Pizarro, rugbista corpulento y grandulón y Gustavo Rayo que hablaban con las Tres Marías, tres chicas muy bellas y simpáticas que se llamaban María. En otra mesa, el lote comunacho con Lautaro Carmona y Jesús Goya. Más allá estaba la desordenada trupp socialista: el sociable Raúl chico Díaz, Marcelo Schilling, la Cheché y la enigmática chica Nilz, totalmente vestida de negro. Me senté con ellos, pero decidí no contar los desgraciados acontecimientos que enlutaban mi mente. No quería que supieran aún de mi fracaso y mi partida de la escuela. Sufriría solo, como un perrito, un quiltro abandonado. Momentos después se incorpora Renatillo. Le pregunté con dolido resentimiento:
-¿Cómo te fue con el viejo?
Como si no le afectara la situación, el Hippie me dijo:
– Compadrillo, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, creo que le encontré un patillo al viejillo en la corrección de un ejercicio. Si logro que me la revise de nuevo, alcanzo el 3,1 que necesito. Me dijo que fuera mañana a las 10 de la mañana a su oficina en la calle Ejército y que conversáramos: me corregirá la pruebilla de nuevo. “Se hace camino al andar”, compadrillo.
Ni siquiera me despedí del poeta hippie, ni de mis amigos socialistas. Sentí que ya no había nada que hacer. Yo ya no era de allí. ¿Cómo enfrentaría mi vida de allí en adelante?
No le conté a nadie aún, ni a Vicente, ni a Hilda, ni Jordi.
Orgulloso, me gustaba sufrir solo, los evité todo el día.
Esa noche no pude conciliar el sueño. En esas horas de desconcierto y vigilia, de pronto, el ángel optimista que yo llevo dentro me decía:
-Acércate al profe para conversar con él. ¡Si sólo pudieras explicarle, él podrá entender!
Entonces aparecía mi ángel pesimista:
-Pero ¿entender qué? No hay nada que entender, estas son las reglas del juego, Julián. Hay cientos de ex estudiantes que pasan por esto y han sabido enfrentar la situación. Sé hombrecito, Julián.
Y mi ángel optimista contraatacaba:
-Pero, si le revisa la prueba a Renatillo ¿por qué no a ti, Julián?
Esa idea de mi ángel optimista golpeó fuerte en mi cabeza. ¿Por qué no a mí? ¿Se hace camino al andar?

******

A LAS 10 DE LA MAÑANA estaba en la calle Ejército. Renatillo aún no aparecía. Me puse a leer el diario Tribuna que estaba en una silla. “Canibalismo en Los Andes”. El tema de los uruguayos que habían caído en Los Andes, había encendido el debate sobre el canibalismo. ¿Se puede comer carne humana para salvar la vida?
–Hola, compadrillo ¿qué estás haciendo aquí?- me preguntó Renatillo un tanto extrañado, pero sin rollo.
-Lo mismo que tú.
Le conté mi estrategia.
-Buena onda, compadrillo, “hoy es el primer día del resto de tu vida”, compadrillo, ojalá se lo engrupa, compadrillo.
Salió el profe de su oficina y lo llamó
-Renato, pasa.
Me quedé tratando de leer el artículo de los uruguayos y el canibalismo. Pero no me podía concentrar. Leí varias veces la bajada de título de diario. Estaba nervioso.
Después de aproximadamente una hora sale Renato, cierra la puerta y me dice:
-Compadrillo, estoy al otro lado, ya no soy de aquí sino que soy de allá. El viejillo se había equivocado y reconoció su error. Tengo un cuatrillo.
Se movía, como bailando y en un tonito de canción de Los Jaivas. Me dio ánimo y algunas explicaciones. Me dio su “bendición”. “Se hace camino al andar,” compradillo.
– Se lo dejo en sus manos, compadrillo. Ahora voy a ir tranquilo al recital de Los Blops y Los Jaivas en el estadio municipal de La Reina, compadrillo. Y no se olvide, compadrillo, “hoy es el primer día del resto de tu vida”.
Se abre la puerta y el profe me pregunta
-¿Condeminas, usted quiere hablar conmigo?- se sentía apurado como si no tuviera deseos de hablar con nadie, me hizo la pregunta por cortesía.
-Sí, profesor.
-Adelante.
-Lo que sucede, profe, es que quiero que me revise la prueba y bla, bla, bla, bla...
Miré su cara de palo. Estaba condenado. Sabía que estaba condenado. Parecía que se había agotado con Renato. No estaría dispuesto a reconocer más de un error ese día. Aún cuando fuera cierto, no daría su brazo a torcer. Estaba frito.
Tomó la prueba. No la leyó. Sólo la miró, la recorrió en silencio. Se tomó su tiempo. No decía nada.
Al final, me enterró el cuchillazo:
– Julián, lo siento. Incluso creo que en algunos casos te di puntos de más. Te recomiendo que no te arriesgues a que la revisemos. Dejemos esto como está y enfrentemos en lo que estamos.
-Pero, profesor, si usted me reprueba ahora, no podré seguir estudiando, en el resto de los ramos tengo buenas notas- le dije como encarándolo, como si él fuera culpable.
La verdad es que se notaba que yo estaba aguantando las lágrimas.
- Lo siento, no tengo nada que hacer.

******

ESTUVE EL RESTO del día en la escuela dando vueltas con la cabeza gacha, como el peor y el más miserable perro vago de Santiago. De nuevo me sentía un quiltro abandonado. Me quedé a almorzar. No tenía ganas de dejar la escuela, los últimos tiempos de mi vida se habían desarrollado en ese edificio, en esos jardines. Este era mi mundo. Por la tarde, el centro de alumnos había organizado una muestra de la obra Educación Seximental del grupo de mimos de Enrique Noisvander, en el hall de la escuela. Los compañeros se destornillaban de la risa. Ja, ja, ja. La obra de nuestro compañero Luis Alberto Cornejo eran situaciones muy cómicas, sobre incomprensiones de parejas. Pero, yo apenas podía concentrarme. Nada me hacía gracia. Nada me hacia reír. Mis amigotes se fueron luego a beber cerveza con los actores.
Yo me fui a mi pensión.
Al otro día volví. Estaba sentado en el pasto del pequeño parque de la escuela. En eso pasó Hilda, tomada de la mano con Vicente.
-Te buscan en la secretaría.
Estaba tan rendido que subí las escalas mirando mis zapatos. No me di cuenta que venía mi ex profe, Donato Toreccio, Robespierre, el dueño de la guillotina. Él me saludó y me dijo de inmediato:
– Julián, después que te fuiste, volví a revisar la prueba de Renato. Me di cuenta que no me había equivocado. Pero no creí adecuado volver a decirle a Renato que nuevamente estaba reprobado. Lo he aprobando sabiendo que su prueba no le dio para el puntaje.
Yo lo escuchaba atentamente, y continuó
-Pero, si me equivoqué con Renato..., también es justo que me equivoque contigo. Acabo de dejar las notas finales de ustedes dos. Ambos están aprobados con un cuatro. Hasta luego.
Me dieron ganas de abrazarlo, de besarlo, de levantarlo en andas. De gritar tres irrás por Horacio Dottone. Pero, no esperó una respuesta mía, sólo dijo un frío hasta luego.
-Hasta luego.
¿Estaba molesto, el profe?
¿Estaba satisfecho, el profe?
Nunca pude saberlo. Quizás, era un justo.
Me quedé parado en la escala, como iluminado por haz de luz. No sabía que pensar. No es posible. Tal vez era de origen divino. Alguien me oía allá arriba. Efectivamente, me pareció que la vida era un acto de fe. A lo mejor el bueno de Renatillo, el poeta hippie que no le hacía daño a nadie, era mi ángel de la guarda...
¡Gracias, Renato: Se hace camino al andar!
Ahora podía irme de vacaciones tranquilo, ir a los trabajos voluntarios de la FECH, para volver en marzo.
Acto seguido salí a la calle y me puse en una cola que tenía media cuadra de largo para comprar cigarrillos. Necesitaba fumarme un Hilton, un exquisito Hiltonillo.

TROMPAS DE FALOPIO
Capítulo de la Novela de Omar Pérez y Gabriel Caldés
sobre los estudiantes de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile

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